SALUD AMBIENTAL
Ecopedagogía, paradigma filosófico
Nuestra casa, la Tierra
Eva Benito
La ecopedagogía surgió tras la aprobación de la «Carta de la Tierra», una
declaración internacional de principios y propuestas que constituyen un mínimo común
denominador en torno a objetivos comunes a toda la humanidad, y donde se afirma que
la protección medioambiental, los derechos humanos, el desarrollo igualitario y la
paz son interdependientes e indivisibles.
Los valores de sostenibilidad promovidos por la Carta de la Tierra, un auténtico código de ética planetaria y un llamado a la acción (Call to Action-CTA), poseen un enorme potencial educativo: la conservación del medio ambiente depende de una conciencia ecológica y el moldear esa conciencia depende de la educación. Es aquí donde la ecopedagogía, o pedagogía de la Tierra, entra en juego. Se trata de una pedagogía que promueve el aprendizaje como «el significado de las cosas de la vida cotidiana»: pedagogía de la vida cotidiana.
Pedagogía de la Tierra
La educación está vinculada al espacio y al tiempo, donde las relaciones entre el ser humano y el medio ambiente tienen realmente lugar. Aquéllas suceden en gran medida en el ámbito emocional, en nuestro subconsciente (no nos percatamos de ellas y muchas veces ni siquiera sabemos cómo ocurren). Por ello, la ecoeducación es necesaria para llevarlas al nivel consciente, y precisa de una pedagogía asociada que profundice en lo imaginario, en el enfoque de transversalidad, interdisciplinaridad e interculturalidad, y que nos ayude a entender y a actuar en el contexto social y ambiental donde habitamos.
Una pedagogía que nos reeduque en connivencia con el hogar que la Tierra representa, la madriguera para el «ser humano animal», como señala Paulo Freire, uno de sus principales precursores.
Sin la proliferación de una educación para la sostenibilidad, la Tierra se percibirá tan sólo como el espacio para nuestro sustento y para el dominio técnico y tecnológico, el objeto de nuestra investigación, de nuestros ensayos y, a veces, de nuestra contemplación. Pero no será un espacio viviente, un espacio que nos dé «consuelo» y que exige de nosotros «cuidado».
Echando raíces
Es dentro del contexto de la evolución de la ecología misma donde hace su aparición la ecopedagogía, que aún se encuentra en su infancia, pero creciendo, ya sea como un movimiento pedagógico o bajo un enfoque curricular, incorporando los valores y principios que defiende la Carta de la Tierra, orientando tanto los contenidos y los conceptos como la preparación de los materiales didácticos.
Fue precisamente en el Foro Global de Río en 1992, uno de los eventos más transcendentes del pasado siglo, donde se discutió a fondo la educación ambiental y donde se destacó la importancia de la ecopedagogía como una pedagogía del desarrollo sostenible. Desde entonces, el debate sobre la Carta de la Tierra se ha convertido en un factor significativo en la creación de una ciudadanía planetaria. Cualquier pedagogía que se diseñe fuera de la globalización y la conciencia ecológica tendría serios problemas en cuanto a su legitimidad según aquélla.
Porque si bien es cierto lo que Jean Piaget nos enseñó sobre que la currícula debe reflejar lo que es importante para el alumnado, sabemos que esto resulta incompleto si no añadimos que los contenidos curriculares deben también tener significado para cada individuo, y sólo tendrán significado si también lo tiene para la salud del planeta, y dentro de un contexto más amplio que el individual.
Las pedagogías tradicionales solían situar al ser humano como centro del universo. La ecopedagogía evoluciona hacia el concepto de civilización planetaria como una nueva referencia ética y social (basada en el entendimiento planetario de género, especies, reinos, educación formal, informal y no formal). Sus precursores la definen como una pedagogía apta para estos tiempos de reconstrucción paradigmática, apta para una cultura de sostenibilidad y paz y, por lo tanto, apropiada para el proceso de la Carta de la Tierra.
Existen distintas experiencias positivas reales en curso donde se pone en práctica esta pedagogía y se usa la Carta de la Tierra como instrumento para una verdadera acción. Muchas de ellas tienen lugar en Latinoamérica, como las desarrolladas en muchos de los centros públicos del estado de Sao Paulo en Brasil, Perú, Colombia, etc., pero también existen otras experiencias documentadas más próximas como las promovidas por la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada. En la web www.cartadelatierra.org podemos acceder a conocer algunas de ellas.

CARTA DE LA ECOPEDAGOGÍA
«La ecopedagogía no es una pedagogía más entre muchas otras. No sólo cobra significado como un proyecto global alternativo que trata sobre la conservación de la naturaleza (Ecología Natural) y el impacto que tienen las sociedades humanas sobre el medio ambiente natural (Ecología Social), sino también como un nuevo modelo para la civilización sostenible desde el punto de vista ecológico (Ecología Integral), que implica realizar cambios a la estructura económica, social y cultural. Por lo tanto, se vincula a un proyecto utópico: uno que modifique las relaciones humanas sociales y ambientales actuales. Aquí yace el significado profundo de la ecopedagogía» (Antunes A. y Gadotti M. Instituto Paulo Freire, Brasil).
La ecopedagogía está basada en un paradigma filosófico que surge de la educación y que ofrece un conjunto de conocimientos y valores interdependientes. Entre éstos, podemos mencionar los siguientes: educar para pensar en forma global; educar los sentimientos; enseñar sobre la identidad de la Tierra como esencial para la condición humana; moldear la conciencia planetaria; educar para el entendimiento y educar para la simplicidad, el cuidado y la paz.
Porque la pedagogía debe empezar, sobre todo, por enseñarnos a leer el mundo, como nos destacó Paulo Freire: «un mundo que es el universo, porque el mundo es nuestro primer maestro. Nuestra primera educación es una educación emocional, que nos coloca ante el misterio del universo, en estrecho contacto con éste, generando en nosotros la sensación de ser parte de este ser sagrado y viviente que está en constante evolución».