EN EL PLANETA TIERRA

En busca de lo salvaje (II)

Bisontes al límite

Texto y fotografías: Andoni Canela

En esta segunda etapa del viaje emprendido por los seis continentes del planeta en busca de lo salvaje (Looking for the wild), Andoni Canela, fotógrafo de la naturaleza, nos relata la vida de estos poderosos animales, los bisontes americanos, que aún se preservan en libertad en algunas reservas naturales de las grandes llanuras de Estados Unidos.

Las descripciones de los primeros exploradores que llegaron a las grandes llanuras norteamericanas hablan de un auténtico paraíso. En este Edén americano, situado entre el río Misisipi y las Montañas Rocosas, vivían millones de bisontes que se movían en enormes manadas que hacían temblar la tierra en sus famosas estampidas.

La práctica extinción del bisonte a manos del hombre hace poco más de un siglo es otra de las muestras del poder aniquilador del ser humano. Fue un auténtico exterminio. Se calcula que, antes de la llegada de los europeos, en América del Norte había entre 40 y 50 millones de bisontes. Pero, aunque parezca una locura, en 1890 ya únicamente quedaba una pequeña manada en estado salvaje, de unos 50 ejemplares, refugiada en el Parque Nacional de Yellowstone. Otros 700 bisontes se distribuían entre ranchos privados y algunos zoológicos de Estados Unidos, aunque la mayoría de ellos se había mezclado con ganado vacuno.

Algunos expertos aseguran que en un periodo de tan sólo diez años (entre 1860 y 1870) se aniquilaron más de 30 de millones de animales. La matanza sistemática y sin límites del bisonte americano (Bison bison) se produjo, en algunos casos, para comerciar con la piel o la carne del animal. Pero, en muchos otros, la cacería fue un mero deporte que dejó centenares de cadáveres pudriéndose en las praderas de las grandes llanuras.

Los pueblos nativos americanos de las grandes llanuras (los sioux, los apaches, los arapahoes, los navajos, los comanches, los utes…) habían vivido en armonía con la especie durante siglos. Esta relación era fundamental en su día a día y en su cultura: del bisonte obtenían carne para alimentarse, pieles para abrigarse y construir refugios, materiales para crear utensilios, excrementos para producir combustible...

Hoy, mientras anochece en la tierra de los lakotas (uno de los clanes sioux) que conforma el Parque Nacional de las Badlands, se percibe el aullido de los coyotes. Es claro y nítido como la noche estrellada. También se escucha el ulular de un búho que viene de un bosquecillo cercano al lugar de acampada. Allí, Frank y Unai (mi hijo de 9 años) se reencuentran tres años después de haberse conocido en este mismo escenario.

Frank Robertson es lakota, y su nombre nativo, puesto por su abuelo paterno, es Ptahotonpe, que se traduce como «el sonido bajo que emiten los bisontes». Él y su joven invitado Unai, un niño que viene de España en busca de los bisontes, encienden un fuego para preparar la carne de la cena, que también servirá para calentar la fría noche en estas planicies situadas por encima de los mil metros de altitud.

Con los primeros rayos de sol toca levantarse y rastrear la zona en busca de alguna manada de bisontes a los que observar desde la seguridad de una distancia prudencial. El tiempo es cambiante. Nubes y claros, y un viento fuerte. Frank y Unai se meten en uno de los barrancos profundos todavía con barro fresco de las últimas lluvias. Y es allí, en el fondo, donde aparecen las primeras huellas recientes. Los bisontes no están lejos. Desde la cima de uno de los numerosos montículos que hay en la zona y con la ayuda de los prismáticos, se divisa el primer grupo. El sol les da de lleno y marca el contraste entre la tierra árida de color claro y el marrón oscuro, casi negro, del pelaje. 

Los lakotas llamaron a estas tierras Mako Sica (‘bad land’, tierra mala), porque este terreno parecía muy malo para ciertas cosas o, como dijeron los primeros colonizadores de origen europeo que llegaron aquí, «eran muy malos de atravesar». Las Badlands son una enorme porción de tierra situada en la parte sudoeste del actual estado de Dakota del Sur. Su paisaje se caracteriza por las grandes extensiones de pradera y formaciones montañosas de materiales arcillosos, que otorgan al paisaje unos colores que van desde el rojizo hasta el ocre, pasando por distintas gamas de grises, a los cuales se suman los colores estacionales de la pradera.

Las Black Hills, también situadas en Dakota del Sur, tienen un carácter sagrado para los lakotas. Cerca de allí se encuentran el Parque Nacional Wind Cave y el Parque Estatal de Custer. Lo ideal es que hubiera una conexión con las Badlands y que los bisontes pudieran también llegar hasta allí, atravesando el Buffalo Gap National Grassland y conectar con la reserva de Pine Ridge, que es manejada por los lakotas y donde todavía hay artesanos y artistas nativos americanos que continúan haciendo creaciones con los huesos, los cuernos y la piel de los bisontes.

Los bisontes a menudo cruzan las carreteras del parque sin importarles demasiado la presencia de los vehículos. Tanto es así que, cuando la furgoneta en que viajan Frank y Unai se detiene para dejarlos pasar, una treintena de bisontes la rodea y comienza a lamerla buscando el sabor salado de la chapa metálica. Excelente ocasión para estudiar la anatomía del animal. Los ojos de Unai escrutan su enorme cuerpo, que le otorga el título de «mamífero terrestre más voluminoso del Norte de América»: el macho suele pesar entre 800 y 900 kilos, hasta puede llegar a la tonelada.

La hembra es más pequeña y pesa algo menos de 500 kilos. De su silueta, destacan su enorme cabeza y unos cuernos cónicos ligeramente curvados que miran hacia arriba. Detrás de la cabeza y de su grueso cuello, tiene una ‘joroba’ que le hace parecer todavía más grande y aumenta la sensación de que camina con la cabeza hundida. El pelaje ayuda a crear esta impresión: el pelo del bisonte es muy espeso en la mitad delantera del cuerpo y en la cabeza, y prácticamente raso en la parte de atrás. Esta corpulencia delantera es esencial para desplazarse a través de la nieve y el hielo y moverlos en busca de comida.

Parque Nacional de Yelloswtone

Bastante lejos de las llanuras de Dakota del Sur se encuentra el Parque Nacional de Yelloswtone, donde la sensación de estar en un lugar mítico es fuerte incluso si no es la primera vez que se visita. Aquí viven las manadas más numerosas de bisontes de toda Norteamérica y es fácil toparse con grupos que comprenden varios centenares de ejemplares. Encontrarse solo y rodeado de una manada de bisontes salvajes puede ser mucho más peligroso de lo que se cree. De ello advierten los constantes avisos del parque.

Fuera de temporada, en otoño e invierno, hay muy pocos visitantes en Yellowstone. Pero esta es la época ideal para perderse por el parque. La nieve se posa sobre el pelaje oscuro de los animales. El cambio de otoño a invierno es rápido y evidente en las Rocosas, pues los colores pasan del marrón al gris y al blanco en unos pocos días. Es entonces cuando los bisontes mudan su pelaje, que se vuelve todavía más espeso para poder resistir las condiciones extremas de la vida en este entorno. Cuando las montañas y los bosques se cubren de blanco, comienza el letargo invernal en Yellowstone, el primer parque nacional que se constituyó en el mundo. Sólo entonces, libre de visitantes, parece que Yellowstone vuelve al pasado, cuando los shoshones, los bannocks o los absarokas sólo se adentraban en este área natural para cazar. El resto del tiempo preferían dejar esta zona volcánica tranquila. La naturaleza podía resultar tan iracunda y letal como bella y exuberante. Y el respeto era siempre el mejor camino para asegurar el equilibrio.

SALVADOS AL LÍMITE

Hay crónicas escritas que hablan sobre días de cacería en los que se llegaban a abatir más de mil ejemplares simplemente por diversión; los bisontes eran incluso disparados desde los trenes en movimiento como si fueran muñecos de una atracción de feria. Y era especialmente grave el mandato oficial que tenía el ejército de los crecientes Estados Unidos: exterminar a este animal como medida para acabar con los pueblos indígenas que dependían de él.

A partir de la cincuentena de ejemplares de bisonte que quedaron en Yellowstone y de algunos otros que genéticamente todavía se mantenían puros, poco a poco se fue recuperando la especie. Hoy en día se calcula que hay unos 20.000 bisontes que viven en libertad en toda América del Norte, aunque se encuentran en áreas naturales protegidas de donde no pueden salir: Yellowstone y Grand Teton (Wyoming, Montana e Idaho); Wind Cave, Custer y Theodor Roosevelt (Dakota del Norte y del Sur); las Henry Mountains (Utah) y en el National Bison Range (Montana). A estos hay que sumar los bisontes de bosque, una subespecie que habita principalmente en Canadá. Por otro lado, más de medio millón de animales viven en granjas y ranchos destinados a la producción de carne para la industria alimentaria.

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